La élite del bosque, en «La vida en LLamas»
En el silencio del monte de Madroñalejo, en la provincia de Sevilla, suena una sirena perezosa y doce hombres corren al helipuerto. Saben que esta vez, o la siguiente, o la otra, alguno no volverá a casa. En la pasada campaña murieron diez bomberos forestales en España. Los hombres de Gustavo, una de las Brigadas BRICA de Andalucía, son los boinas verdes del fuego y cuando los demás corren a salvarse, ellos saltan a ese infierno de bosques de escarpadas laderas donde las llamas pueden ser más rápidas que uno. En casa esperan mujeres con las que jamás se habla de incendios y niños que vuelan helicópteros de juguete, un mundo de héroes que han retratado David Beriain y Sergio Caro para la serie ‘La vida en llamas’, que se estrena mañana en Discovery Max. El documental es un canto al valor de un grupo de hombres hasta ahora anónimos que agarran del cuello a una bestia que ha quemado en lo que va de año 65.000 hectáreas en nuestro país, el doble de lo que se perdió el año pasado en las mismas fechas.
Cuando en las imágenes de la televisión aparece un incendio forestal, solemos ver el ‘backstage’ del asunto, el lugar más accesible al que llegan las mangueras. Mientras tanto, Gustavo, Pintura, Abarca y Rascando gritan sus motes en los barrancos sin salida. El Infoca de la Junta de Andalucía creó esta brigada con tres bases (Málaga, Granada y Sevilla) para llegar volando a donde los demás no llegan… A donde nadie quiere estar. Gustavo Vidal, que nació en Cádiz hace 43 años, es el jefe de la brigada que escala por las laderas de maleza y rompe el monte como un jabalí. La primera vez que vio el fuego, estaba haciendo fotos para la brigada. «Me paré en una curva frente a frente del incendio y comencé a sacar imágenes. En el traje comencé a notar golpes. Eran los animales e insectos que escapaban de las llamas». No busquen un yonki de la adrenalina. Hace lo que le gusta, pero aprecia la vida, el futuro junto a su pareja, Sonia Caldelas, y una familia que quiere crecer. «No sé cuánto duraré. Te vas cansando. ¿Quién puede luchar eternamente?».
El infierno es una definición bastante ajustada a lo que retrata el documental. David Beriain esperaba encontrarse a bomberos de cuerpos atléticos y lo que vio son tipos duros de campo con las manos encallecidas de manejar la azada, gentes acostumbradas a doblarla de sol a sol y a 45 grados a la sombra. Para entrar en esa élite del bosque, no vale cualquiera. «Además de las pruebas físicas, hay que saber utilizar bien las herramientas», advierte Gustavo. Los incendios los siguen controlando los de siempre: los del pueblo. El propio cámara Sergio Caro, que pasó tres años empotrándose en la brigada, tuvo que hacer los cursos y superar las pruebas para saber que se podía mover por el monte sin ser un peligro para sus compañeros. Con todo, el también director de fotografía de ‘La vida en llamas’ sufrió un desmayo en un fuego en el fondo de un barranco. Afortunadamente vivió para contarlo.
[su_quote]Con un sueldo de entre los mil euros del más raso y los 1.700 del jefe, nadie hace esto por pasta[/su_quote]
Las condiciones son brutales. Un estudio universitario al que fueron sometidos los valientes del BRICA concluyó que en una jornada de brega con el fuego queman más calorías que un ciclista en una etapa del Tour de Francia. Algunos incendios duran más de tres días. Las radiaciones del monstruo, mezcladas con el ejercicio físico a altísima temperatura -parece obvio, pero la mayor parte de los incendios son en verano-, hacen que su cuerpo sufra ataques de fiebre y eleve su temperatura por encima de los 40 grados. Eso, cortando, arando, tirando de troncos y corriendo por bosques que un urbanita no cruzaría paseando sin lastimarse un tobillo.
El ser humano tiende a creer que todo lo grande es lento. Y se equivoca. Las llamas vuelan de una copa a otra. Para evitar que cacen a los hombres de Gustavo, avionetas del Infoca avisan de los vientos y de la evolución del fuego, y otros medios aéreos lanzan oleadas de agua que pueden matar a un hombre o arrancar de cuajo una encina. En realidad, lo más duro y peligroso está en el aire. La mayor parte de accidentes son aéreos. El piloto Juan Leal, que forma parte de la brigada, lo deja claro: «Vuelas sin visibilidad, a baja altura y con mucha carga. Hay trampas y cables hasta debajo del agua. Son las peores condiciones para volar».
Pelear por cada árbol
Están en el peor lugar en el que podían estar. Beriain, ganador del premio de documentales ‘The Sunny Side Of The Doc’, recuerda que España ocupa la franja más frágil para las llamas de todo el planeta. Con una diferencia: en Australia o California, dada la masa ingente de bosques, pueden sacrificar áreas y los bomberos pueden esperar en los cortafuegos. Gustavo y los suyos tienen que ir a pelear por cada árbol porque en España, «si esperan, cuando llegue el fuego no habrá nada que proteger». Gustavo lo tiene claro: «Sé que lo que se pierde con el fuego es mucho más de lo que conozco». En España, primera línea ante la desertización que se extiende desde el Sur, se desatan al año 20.000 incendios que se comen 150.000 hectáreas, la mayoría por la mano del hombre y de forma accidental. «Es el resultado de la falta de prudencia de las personas y también de las legislaciones que permiten la recalificación de tierras quemadas», explica David Beriain. El cambio climático y la subida de las temperaturas tienen parte de culpa. Hay científicos que pronostican que, en los próximos años, el riesgo de que se quemen los bosques ibéricos se multiplicará en un escenario más seco y caliente.
La tormenta perfecta se desató para Gustavo el 27 de julio de 2004, cuando arrancó el peor fuego de la historia de España en los últimos 25 años: el incendio de Río Tinto, en Berrocal (Huelva), en el que murieron dos personas y que dejó herida toda una comarca. Se quemaron 34.291 hectáreas. Un paisaje idílico de encinas y alcornoques. Han pasado once años y no se le olvida. «Recuerdo a cuadrillas enteras llorando por la impotencia de no poder pararlo. A quien más importa que se quemen los montes es a nosotros».
Con un sueldo que oscila entre los 1.000 euros del más raso y los 1.700 del jefe, nadie hace este oficio por pasta, seguro. De hecho, de los dispositivos que solo se mantienen en marcha algunos meses del año, «no se puede vivir». Los técnicos en operaciones BRICA de la Junta de Andalucía ni siquiera se llaman bomberos. Sin dinero, ni reconocimiento, ¿por qué van? La respuesta flota como las briznas de ceniza entre columnas de humo, caras desencajadas y los ojos inyectados en sangre de los hombres después del combate. Quizás esté ahí la recompensa, en la batalla ganada al fuego. Mañana volverá a sonar la sirena.
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